Después de pasar un día en la ajetreada Ciudad de México, he decidido instalarme en Oaxaca, capital artística del país, tierra de magia, de luz y de color.
Oaxaca es historia, huele a libros. La ciudad se expresa culturalmente a través de sus múltiples museos y galerías de arte, siendo ese su modo de comunicación. Para saborearla debes entenderla,Oaxaca tiene mucho que decir, escúchala. Sólo así podrás disfrutar del festival cromático en el que estás, de la fusión de dos culturas (indígena y europea), de su riqueza artesanal, de su religiosidad y su espiritualidad.
Cuánto trabajo, ¿verdad? Esta mañana he salido estresada sin saber por dónde empezar pero, después de tomarme un fresco zumo de naranja y un delicioso café en una de las terracitas del Zócalo, he comprendido que esta ciudad, más parecida a un gran pueblo, no acepta prisas.
Así que, tranquilamente, he decidido pasear sin rumbo por sus pintorescas calles con construcciones de un solo piso, todas ellas de un color diferente y llamativo, decoradas con plantas y flores en sus balcones (a cada casita le sacaba una foto). He entrado en laIglesia de Santo Domingo y he escuchado las explicaciones que un guía hacía a un grupo de turistas venezolanos. Cuando se han movido de lugar, he considerado demasiado descarado seguirles, así que he salido de nuevo a la calle. Esta vez me ha parecido más poblada, especialmente de mujeres con largas trenzas que venden todo tipo de souvenirs. He intentado descifrar las arrugas de estas mujeres severamente castigadas por el tiempo y, después de insistirme varias veces, he terminado comprándoles un punto de libro.
En el Mercado de la Merced, lugar muy recomendado para ir a comer, he pedido unas fajitas, pero la cocinera desconocía la palabra y me ha recomendado una “tomatita”, que ha resultado ser casi lo mismo: tortitas con salsa de tomate y pollo, acompañadas de un pan delicioso (cómo se agradece después de llegar de los Estados Hamburguesa). Con dos kilos más me he dirigido al Mercado 2 de Noviembre y he salido rápido para no volver a caer en la tentación del consumismo, ¡qué artesanía tan bella! Mi tarde ha terminado en una de sus relajadas plazas, compartiendo banco con niños que acababan de salir de la escuela. Y ahora estoy en mi hostal, deseando que llegue la hora de cenar, los museos los dejo para mañana.