Sin eÑe: Un domingo en Manhattan

Un domingo en Manhattan

Nunca me gustaron los domingos. Domingo es sinónimo de pesadez y lentitud, todo se detiene, todo está cerrado y oscuro. Algunos relajados, otros resacosos y la mayoría poco provechosos. Los domingos son holgazanes, aburridos y grises, pero no en Nueva York. La Gran Manzana también desacelera su frenético ritmo semanal, pues algunas líneas de metro deciden no funcionar, pero no apaga sus luces, todo lo contrario, ofrece unos colores mucho más atractivos.

Esta mañana el sol brillaba más de lo normal y mi serotonina, muy satisfecha, se ha encargado de despertarme de buen humor. Ambas hemos decidido dar un paseo por Harlem, visita obligada de domingo en Nueva York. Este día el barrio de Harlem se viste con sus mejores galas para cantar góspel. Existen muchas iglesias que ofrecen misas exclusivamente para el turista, donde la duración acostumbra a ser de media hora. Pero a mí me ha pasado algo que no olvidaré en la vida: llegar tarde a la misa de turistas (a las once ya no tienes la opción de escuchar esas animadas canciones). Pero he decidido no darlo por perdido, he preguntado a una mujer (con pamela) si estaba a tiempo de ir a alguna iglesia del barrio. ¡Vente conmigo!- exclama encantada- ¡Yo voy a la auténtica misa góspel, esta sí te va a gustar!

No sé cómo resumir todo lo que he vivido durante esas tres horas de duración. Sí, sí, tres horas en primera fila, con los ojos como platos y con una timidez que hacía tiempo que no me visitaba. La misa ha empezado fuerte, con canciones alegres, energéticas y vivas, con palmas y aplausos. Yo iba pillándole el ritmo hasta que el nivel de energía ha ido aumentando para terminar en lo que me ha parecido una misa de heavy metal, o más bien un exorcismo de película. Gente llorando, con los ojos blancos, tirándose de los pelos, corriendo de arriba abajo, escupiendo y saltando como si de una competición de pértiga se tratase. En serio, no exagero. Ha venido incluso la ambulancia a buscar a un chico que imagino que lo estaba dando todo. No sé qué le ha pasado exactamente, pues durante esas tres horas no he articulado palabra. La mujer que tenía al lado me daba la mano para que saltase con ella y, al no saber cómo actuar, me he limitado a dar saltitos. Estaba en medio de un éxtasis colectivo, en primera fila, irme de ahí hubiera sido una falta de respeto y, sinceramente, me daba miedo. Así que después de tres horas rodeada de una devoción exagerada, Central Park era la mejor opción.
El domingo todos los ejecutivos van de sport y corren por este inmenso parque con unas deportivas a la última. El ambiente del Central Park es algo ambiguo, entre repelente y envidiable. Repelente y repulsivo porque da rabia verlos a todos perfectos, con un chándal conjuntado y con el último modelo Ipod sujetado por un brazalete que parece estar muy de moda. Y envidiable porque este es uno de los parques más bonitos y grandiosos que he visto jamás en medio de una ciudad. Un parque con el que todos parecen satisfechos, pues lo cuidan, lo respetan y lo visitan. Es realmente fascinante la cantidad de gente que hay los fines de semana, se respira felicidad, pero tal vez demasiado dulce.

Así que después de tanto azúcar, me apetecía algo más amargo: un buen café, un ristretto, concretamente. ¿Qué mejor que bajar en Spring Street y visitar Little Italy? Esta zona es una de mis preferidas en Manhattan, no sólo porque huela a pizza y a café, sino porque es dónde está la movida neoyorkina. Y no es para menos, pues ofrece un mix exquisito de todo lo que buscan los jóvenes: bares, cafeterías, restaurantes y tiendas exclusivas. No se trata de un área comercial como puede ser Soho, dónde ahí sólo se puede ir a gastar, Little Italy tiene un aire bohemio y encantador, con tiendas con estilo, con rollito. Al final no he tomado mi ristretto, he terminado en una cafetería brasileña con mucho color que ha preferido deleitarme con su especialidad, café com leite. Mmmmmm, qué espumoso.

Y mi domingo ha terminado en Times Square, las calles y luces que más sorprenden al llegar a Nueva York. Pantallas gigantescas, música y turistas fotografiando apresuradamente han conseguido que termine por cansarme y me vaya a dormir creyendo que este sí ha sido un domingo productivo.

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