Me gusta Estambul, me siento como en casa y a la vez totalmente desubicada. Me apetece fundirme en esta mezcla europea y asiática, en esta convergencia de Oriente y Occidente.
El fundador de la República de Turquía, Mustafa Keral Atatürk (1881-1938), se encargó que la nación turca se orientara hacia la civilización europea. Entre numerosas reformas sociales, se implantó el alfabeto latino, se prohibió el uso del fez (típico sombrero otomano) y la capa con velo que vestían las mujeres, el sistema de educación fue cambiado según las normas laicas y se aceptó un nuevo código civil donde se reconoció el derecho a voto de la mujer.
Atatürk estaría más que satisfecho si viera hoy la ciudad de Estambul, pues ha asumido a la perfección su puesto al lado del mundo occidental. Jóvenes vistiendo a la última, bares abiertos y repletos hasta altas horas de la noche, discotecas ofreciendo los últimos hits mundiales y un transporte público excelente. Aún así, moderna y reformada, sigue conservando los rasgos de su antigua apariencia: en ella se entremezclan monumentos romanos, bizantinos y turcos. Repleta de tesoros históricos, Estambul mantiene vivo su pasado glorioso.
Las visitas “obligadas” son tantas que no sé por dónde empezar: el museo de Santa Sofía (considerado como la octava maravilla del mundo), la mezquita de Süleymanive, la Mezquita Azul, el Hipódromo, el Palacio de Topkapi…. De momento, me iré a comer un kebab y tantearé la posibilidad de relajarme en un baño turco.
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