¡Ciao! Ya estoy en la bella Italia. Creo que en tan sólo dos días he logrado recuperar el peso perdido en mis anteriores destinos. Mamma mía, la pasta, la pizza, il gelatto! Sólo de escribirlo me entran ganas de ir a por otro. Dicen que el helado favorito de Juan Pablo II era el de castaña. Yo he preferido el de mora y, perdón por repetirme, ¡Mamma mía!
Al llegar a la capital italiana me invadió la decepción. Respiré una ciudad sucia, fea, olvidada, gris y salpicada de grafitis inexpresivos.
Creo que hay muchas Romas. La de ayer fue la Roma de Berlusconi, quien el año pasado aseguró que: “es una lástima pasear por ciudades italianas como Roma y ver que por la suciedad de las calles parecen ciudades africanas más que europeas”.
Hoy he visto varias. Como ya habéis podido comprobar, he descubierto la Roma gastronómica. Reconozco que la cocina italiana tiene más que merecido su protagonismo internacional. Al visitar el Coliseo he revivido la Roma de Gladiator, con Russell Crowe como guía turístico, pero el pobre tenía tanto trabajo que su intervención ha sido breve. Paseando por la Via Margutta han aparecido ellos, Audrey Hepburn y Gregory Peck, en sus Vacaciones en Roma, circulando en vespa por la Roma romántica. No demasiado lejos, cerca de la Piazza di Spanga, en la Via Condotti, el señor Armani me invitaba a entrar en las tiendas con más glamour de la ciudad.
Me quedan todavía muchas Romas por descubrir, pero de momento, la más real de todas ha sido la de Federicco Moccia. Me quedo con la imagen de Babi y Step (protagonistas de la novela “A tres metros sobre el cielo”), recorriendo las calles romanas a toda velocidad. Se trata de una ciudad joven, actual, viviendo simplemente en el presente.
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